Para los amantes de Quentin Tarantino, ésta es quizá, su película, la que imaginaban cuando apenas podían vislumbrar los primeros avances, antes de su monumental estreno. En cambio, para aquellos iniciados en el cine de Tarantino, Kill Bill puede resultar, fatua, banal, insostenible y hasta exagerada. ¿Y cual es el punto de equilibrio entre estas dos apreciaciones? El entretenimiento. Porque si algo tiene KIL BILL, volumen 1 es eso, que entretiene de principio a fin. Nadie puede negar que Tarantino filma desde la emoción pura, con la violencia tensada hasta casi el estereotipo pero sin llegar a él y con una magnánima cuota de humor negro brillando hasta en las escenas más dramáticas. Esto hace la diferencia entre otros realizadores, cultores de la violencia extrema y lo pone en la cima como referente.
Kill Bill, es una obra autorreferencial, llena de guiños, la aparición de Sonny Chiba por ejemplo, pero superficial en su línea argumental, aquí el conflicto es tan simple que en manos de otro director podría haber caído en el ostracismo total en las primeras semanas de estrenada. Pero Tarantino demuestra que de esto sabe y mucho y elabora un relato brillante, que nunca decae, con una estructura temporal fragmentada y un montaje dinámico.
En el medio, está la venganza como eje, el blanco y negro para las escenas más sangrientas y bizarras, el animé japonés para contar parte de la historia y la música de los setenta, en homenaje a esa viejas series de aventuras, en donde se destaca la escena en que Mamba negra (Umma Thurman) pelea con. O- Ren Ishii. (Luci Lui) bajo un reconocido tema del grupo Santa Esmeralda, brillante por donde se la mire.
La venganza será terrible, y realmente lo es. En ese sentido, Tarantino es implacable, y no escatima en recursos para hacernos entender que, como dice la frase en el comienzo el filme, “la venganza es un plato que se sirve frío”, como una hoja de Katana.
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